martes, 13 de marzo de 2012
lunes, 5 de marzo de 2012
Unas escuelas para aprender a vivir
PLANTEA UNA EDUCACIÓN COOPERATIVA PARA PERSONAS EN SITUACIÓN DE EXCLUSIÓN SOCIAL BASADA EN EL AFECTO
por Mónica Raspal

Empujados por la curiosidad y alertados por una noticia en un medio regional, algunos de los que hacemos esta web nos acercamos recientemente hasta la Granja-Escuela 'El Colmenar', una extensión de más de 18 hectáreas de terreno donde hace 26 años Pepín, Emilio y Celso (ya fallecido) comenzaron a construir su sueño: una escuela alternativa basada en la educación integral de personas en situación de exclusión social por consumo de sustancias psicoactivas, por trastorno dual o por cumplimiento de penas penitenciarias.
De boca de uno de sus fundadores, José Antolín Valcárcel Amador —conocido como Pepín— y de uno de sus actuales trabajadores, Claudio, tuvimos el privilegio de conocer la historia de este impresionante lugar ubicado entre montañas y de compartir con ellos esa pasión que sólo transmiten las personas que creen profundamente en lo que hacen.
Tras desarrollar su labor en las prisiones —fueron la primera organización no gubernamental (ONG) que trabajó en la cárcel— sus fundadores decidieron buscar un pueblo abandonado en el que iniciar este proyecto pero no contaban con recursos económicos para pujar en las subastas y sólo gracias a la ayuda de dos fundaciones americanas pudieron comprar, en 1987 y por tres millones de las antiguas pesetas, el terreno de La Langa.

Basándose en un programa psicopedagógico y en el proceso de aprendizaje, creen en la educación cooperativa, no competitiva ni individualista y asentada en el concepto de "ayuda para la autoayuda", profundizando tanto en el crecimiento personal como en la formación profesional. Según Pepín, su objetivo es erradicar el estigma y la etiqueta social que margina a estas personas para que consigan, desde su preparación, un puesto en la sociedad —muchos de sus internos estudian una carrera en la UNED y algunos de los que finalizan sus estudios colaboran con el proyecto—.Además, todos aprenden solfeo y a tocar instrumentos de viento —ofreciendo conciertos durante las Navidades en diferentes puntos de Cuenca, Madrid y Guadalajara— pues creen que la música aporta relajación, estimulación y mayor claridad mental y también representan obras teatrales para practicar la dicción, el vocabulario y la memoria y superar el miedo escénico.
Convencidos de que la adicción es el síntoma, no el problema, pues detrás de ella existe un déficit cognitivo, afectivo y emocional, ponen su mayor énfasis en subsanar estas carencias potenciando la autoestima, el amor, la compresión y la empatía, también con la participación de los familiares —abuelos, padres e hijos— un fin de semana al mes.
La autofinanciación es la base de esta enriquecedora labor pues, como explica Claudio, sólo mantienen un acuerdo con asociaciones similares de la localidad madrileña de Rivas-Vaciamadrid ya que las ayudas y subvenciones públicas son escasas y del Ayuntamiento de Huete, al que pertenecen, no reciben todo el apoyo que quisieran, solo buenas palabras que no suelen llegar acompañadas de hechos. La incomunicación del valle en el que se asienta la granja-escuela es otro de sus hándicaps pues no cuentan con cobertura de móviles de ninguna compañía telefónica y no es extraño que, en algunas noches de viento y tormenta, se queden también sin luz y sin teléfono fijo.
Derribar las vallas

Vivir las emociones es una de las premisas de Escuelas para la Vida pero no hay palabras para describir las que nos llevamos para siempre cuando Pepín y Claudio nos despidieron desde la entrada de esta, hasta entonces, desconocida comunidad. Volveremos, sin duda, aunque una parte de nosotros se ha quedado con ellos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)