martes, 29 de julio de 2008

Celso (Recordatorio de Antonio Lovi-sacerdote de Huete)


Celso es una de las personas más entrañables que he conocido. Tenía las rarezas propias de una persona mayor, pero eso, incluso con las desavenencias que pudimos tener, fruto de la falta de comunicación y de la magnificación de los malentendidos, no quita para el cariño sincero y el respeto profundo que siento por él.
Siempre decía aquello de “Dios nos libre del día de las alabanzas”; y ahora estoy aquí con las manos en el teclado, haciendo eso que a él tanto le disgustaba. Pero no puedo renunciar, ni quiero, al impulso de reconocer su gran valor personal al tiempo que elevo una oración hacia lo alto buscando su protección y alentando su recuerdo.

Lo conocí, como a Emilio y a Pepín, en la Granja Escuela “El Colmenar” de Huete, de la mano de Jesús Llorente, el Maño, cuando comenzaba, siendo sacerdote recién ordenado, la Prestación Social Sustitutoria para los objetores de conciencia al servicio militar obligatorio, allá por el año noventa y uno. Trabajamos juntos por un periodo de cinco o seis años, hasta que dejé de colaborar con el proyecto socio pedagógico “Escuelas para la Vida” que desarrolla el Colectivo Taller de Cultura y Educación Popular. Fueron unos años preciosos de mi vida, creo que de la vida de todos los que participamos en ello, en los que aprendí ¡tantas cosas! Y de los que disfruté tanto y tan plenamente, con tanta intensidad, que es muy difícil resumirlo ahora en unas pocas líneas.

Era un hombre profundamente religioso, de una fe recia, sin abalorios, ni espiritualidades difusas entontecedoras, un hombre creyente a carta cabal que recordaba la vivencia religiosa de su juventud y madurez en su pueblo natal de la provincia de Ávila y después de la emigración en Vallecas, Madrid, pero que concebía que aquello que hacíamos comprometiendo la vida entera con los chavales a los que atendíamos, presos de la dependencia de las drogas, en la Granja, era la manera efectiva de construir el Reino de Dios, optando de una manera radical por el Evangelio de Jesucristo. Recuerdo como más de un año en la fiesta del Corpus, me felicitaba con un abrazo y un beso, y nos decía: “Hoy es la fiesta del amor más grande”.

“Las cosas de Celso” muchas veces impedían trabajar de un modo más racional, u organizado, pero todos respetábamos sus manías, aunque a veces torciéramos el gesto. Sin embargo su fortaleza, su voluntad,  su dedicación, su constancia, su valentía y su coraje son el mejor regalo y la mejor herencia.
Me escribe Pepín, con inevitable e inmenso dolor, que sus restos, una vez incinerado, han sido esparcidos en la Granja, como era su expreso deseo. Sus cenizas serán semilla de humanidad nueva en aquella tierra que laboró con tanta ilusión, y se fundirán con las de su hijo Javi, fallecido víctima del sida, sepultadas bajo un olivo debajo de la sala de estudio.

Abuelo Celso, vuela incansable hacia el Padre y, desde su regazo, sigue impulsando nuestro ardor por vivir implicados en la tarea de construir, juntos y entre todos, el Reino de Dios que es Justicia, Amor y Paz: la Nueva Humanidad.