lunes, 5 de marzo de 2012

Unas escuelas para aprender a vivir


ESTE PROYECTO, DESCONOCIDO PARA MUCHOS, ESTÁ UBICADO EN LA PEDANÍA OPTENSE DE LANGA
PLANTEA UNA EDUCACIÓN COOPERATIVA PARA PERSONAS EN SITUACIÓN DE EXCLUSIÓN SOCIAL BASADA EN EL AFECTO
por Mónica Raspal
Unos 12 kilómetros antes de llegar a Huete por la Autovía de Castilla-La Mancha (A-40), en el mismo desvío a la derecha en el que una señal indica la dirección a su pedanía de La Langa, otro cartel que suele pasar desapercibido para el viajero anuncia un lugar por pocos conocido y con un nombre más que evocador: Escuelas para la Vida.

Empujados por la curiosidad y alertados por una noticia en un medio regional, algunos de los que hacemos esta web nos acercamos recientemente hasta la Granja-Escuela 'El Colmenar', una extensión de más de 18 hectáreas de terreno donde hace 26 años Pepín, Emilio y Celso (ya fallecido) comenzaron a construir su sueño: una escuela alternativa basada en la educación integral de personas en situación de exclusión social por consumo de sustancias psicoactivas, por trastorno dual o por cumplimiento de penas penitenciarias.

De boca de uno de sus fundadores, José Antolín Valcárcel Amador —conocido como Pepín— y de uno de sus actuales trabajadores, Claudio, tuvimos el privilegio de conocer la historia de este impresionante lugar ubicado entre montañas y de compartir con ellos esa pasión que sólo transmiten las personas que creen profundamente en lo que hacen.
Tras desarrollar su labor en las prisiones —fueron la primera organización no gubernamental (ONG) que trabajó en la cárcel— sus fundadores decidieron buscar un pueblo abandonado en el que iniciar este proyecto pero no contaban con recursos económicos para pujar en las subastas y sólo gracias a la ayuda de dos fundaciones americanas pudieron comprar, en 1987 y por tres millones de las antiguas pesetas, el terreno de La Langa.

Una nave y algunas ovejas eran sus únicas posesiones pero gracias al duro trabajo diario y al autoabastecimiento que les proporciona la horticultura y la ganadería, fueron construyendo sus instalaciones y no solo lograron sobrevivir sino llegar a contar, en la actualidad, con 18 plazas para internos y 28 profesionales voluntarios, de los que cinco residen allí.

Comunidad de aprendizaje
Basándose en un programa psicopedagógico y en el proceso de aprendizaje, creen en la educación cooperativa, no competitiva ni individualista y asentada en el concepto de "ayuda para la autoayuda", profundizando tanto en el crecimiento personal como en la formación profesional. Según Pepín, su objetivo es erradicar el estigma y la etiqueta social que margina a estas personas para que consigan, desde su preparación, un puesto en la sociedad —muchos de sus internos estudian una carrera en la UNED y algunos de los que finalizan sus estudios colaboran con el proyecto—.Además, todos aprenden solfeo y a tocar instrumentos de viento —ofreciendo conciertos durante las Navidades en diferentes puntos de Cuenca, Madrid y Guadalajara— pues creen que la música aporta relajación, estimulación y mayor claridad mental y también representan obras teatrales para practicar la dicción, el vocabulario y la memoria y superar el miedo escénico.
Convencidos de que la adicción es el síntoma, no el problema, pues detrás de ella existe un déficit cognitivo, afectivo y emocional, ponen su mayor énfasis en subsanar estas carencias potenciando la autoestima, el amor, la compresión y la empatía, también con la participación de los familiares —abuelos, padres e hijos— un fin de semana al mes.

Sin cobertura institucional...ni de móvil
La autofinanciación es la base de esta enriquecedora labor pues, como explica Claudio, sólo mantienen un acuerdo con asociaciones similares de la localidad madrileña de Rivas-Vaciamadrid ya que las ayudas y subvenciones públicas son escasas y del Ayuntamiento de Huete, al que pertenecen, no reciben todo el apoyo que quisieran, solo buenas palabras que no suelen llegar acompañadas de hechos. La incomunicación del valle en el que se asienta la granja-escuela es otro de sus hándicaps pues no cuentan con cobertura de móviles de ninguna compañía telefónica y no es extraño que, en algunas noches de viento y tormenta, se queden también sin luz y sin teléfono fijo.

Derribar las vallas
Pese a todo, su convencimiento por esta opción vital les hace mantener vivo un sueño que va mucho más allá, el de derribar las vallas que ahora acotan su hacienda y formar un pueblo de unos 60 ó 70 habitantes que no necesiten el dinero, una mini-sociedad para todos aquellos que crean en otra forma de vivir, alternativa al actual modelo de sociedad consumista y despilfarradora que no ofrece alternativas a los que se encuentran en una situación de desigualdad.

Vivir las emociones es una de las premisas de Escuelas para la Vida pero no hay palabras para describir las que nos llevamos para siempre cuando Pepín y Claudio nos despidieron desde la entrada de esta, hasta entonces, desconocida comunidad. Volveremos, sin duda, aunque una parte de nosotros se ha quedado con ellos.

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