La vuelta a casa fue extraña, conducía
sin ganas de hablar, me apetecía regodearme en el silencio. Escuchaba a mis
tres amig@s acompañantes pero me apetecía abstraerme en el recuerdo.
Al llegar a casa tenía muchas ganas de
contar, no sería capaz de transmitirlo todo (pensaba) y creo que así fue. A
quien primero se lo conté fue a mis hijos cuando comíamos, pero no había fotos…
me di cuenta que no era lo mismo contarlo que vivirlo ¡qué va!
¡Cuántos mundos, cuántas formas de
vivir hay en un puñado pequeño de territorio!
Los dos días que hemos pasado en el
hogar “Escuelas para la Vida” he aprendido que todos somos uno, que nadie está
libre de nada, que todo forma parte de lo cotidiano, que vivimos en el mismo
mundo y que las cartas que se nos van presentando a veces las jugamos, a veces
no y de eso va dependiendo el camino que nos vamos trazando, en definitiva, que
nadie estamos libres de ninguna carta, a veces del azar.
Me sentí como en casa cuando tan solo
llevaba unas horas, quizás fuera por todo lo bueno que allí se respira:
comunicación, respeto, amor, disciplina, amabilidad, cultura, sinceridad, capacidad
de superación, constancia, sensibilidad, sonrisas, trabajo, responsabilidad,
inquietud por saber y conocer, paciencia……; no encuentro sustantivos
suficientes para definir todo lo que allí percibí y aprendí.
¡Puf!, no sé si en estas líneas consigo
transmitir un poquito de lo que vivimos en aquel rinconcito cercano a Huete.
No quiero que esto sea un punto y
aparte. Aprovecharé cualquier oportunidad para volver a compartir con todos los
que vivís en “Escuelas para la Vida”, quisiera nombraros de uno en uno pero
temo dejaros alguno en el tintero y no me lo perdonaría, todos y cada uno sois
un amor.
Gracias una y otra vez por ofrecernos
la oportunidad de entrar en vuestra casa que al momento fue nuestra.
Un abrazo grande, un hasta pronto y
un…. es muy fácil quereros.
Marga
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